teatro
Apenas en la tierra | Por Claudia Groesman


08/10/2025

POR CLAUDIA GROESMAN
@claudiagroesman

Dramaturgia y dirección: Sofía Brihet. Actúan: Sofia Palomino, María Soldi. Vestuario: Josefina Minond. Iluminación: Matías Sendón. Diseño de escenografía: Martina Nosetto. Diseño sonoro: Juan Lepo. Realización de escenografia: Francisco Benvenuti, Federico Di Pilla, Leandro DI Pilla, Josefina Minond. Realización Audiovisual: Sofía Brihet, Lola Dacal, Estrella Herrera, Nicolás Turjanski. Fotografía: Sebastián Arpesella. Asistencia de dirección: Francisco Benvenuti. Producción: Carola Parra. Colaboración coreográfica: Bernardita Epelbaum. Co-producción: Casa Teatro Estudio. Sala: Casa Teatro Estudio (Guardia Vieja 4257, CABA). Funciones: Lunes 20:30 horas.

Sofía Brihet, directora de Apenas en la tierra, recuerda el impacto que tuvo en ella Los días felices, interpretada por Marilú Marini, una referencia imborrable que parece inspirar la atmósfera de la obra. En la obra de Beckett, el personaje no sabe que se hunde en el montículo de tierra poco a poco.  En la de Brihet, la Una y la Otra saben demasiado, aún de lo que desconocen. El malestar tiene un nuevo rostro, la información, que  flota en la superficie del lenguaje.  Es un lenguaje hastiado y vaciado de sentido. Es un saber-trampa que envuelve como una nube, una veladura que enceguece y ocluye el deseo.
Ellas comparten un hueco delimitado por un círculo perfecto. Un hábitat mínimo en el que es posible ocultarse y asomarse. Pero asomarse no significa poder ver lo que sucede ahí afuera. Más bien hay una pérdida del afuera y las palabras han perdido fuerza narrativa, giran sobre sí mismas. La expansión de lo que podemos saber ha cooptado el espacio. El hueco en el que habitan se vuelve una guarida pero no hay de qué protegerse porque se ha perdido la conexión con el mundo.
“Hay solo palabras, palabras, palabras”-dice la Una- “todo viró al concepto”. “Mi cuerpo está frío.”
Es un frío mortecino que delata la ajenidad. Un acuse del distanciamiento del cuerpo, del que la frialdad es apenas un signo. No hay metáfora. ¡Todo puede ser dicho sin ambigüedad! Porque ¿Cómo saben que desconocen? ¿Cómo pueden figurar lo poco que saben y lo mucho que desconocen en ese pequeño agujero en el que parecen durar?
Ellas parece que conversan. El sentido se rastrea en un intercambio aparente. Más bien son monólogos que se alternan. La Una sabe de la Otra. Pueden decirse cosas porque detentan el saber de la amistad. Pueden cohabitar ese espacio mínimo porque es un saber desconectado. Indoloro.
De pronto sentir duele. El erotismo provoca dolor a Una, pero es ilocalizable, es el cuerpo que irrumpe.
La Una y la Otra reflexionan. Su pensamiento es doliente y buscan ponerlo en palabras. Es un dolor-caparazón que funciona como una piel.
Ciertamente el habla protege como un manto de  la posibilidad de la experiencia. Del enigma y del dolor.
Sus miradas son erráticas y extrañadas.  No hay adónde ir porque el saber ha suplido la curiosidad.
Ellas bailan en ese espacio minúsculo. Es un descontrol controlado. El ruido de palabras desencadena un sonido electrónico, bailable.
Por única vez hay un signo avasallante del afuera que las hace fijar la mirada. En un segundo el afuera se hace palpable, real. En un segundo el apagón abre el todo al silencio. Apenas en la tierra puede pensarse como la representación de esa distancia inconmensurable entre nuestro pequeño mundo reducido cada vez más a un  habitáculo autorreferencial y la tierra, ese real que nos excede y al que no tenemos acceso. 

Material audiovisual disponible acá.



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