
08/08/25
POR CLAUDIA GROESMAN
@claudiagroesman
Dirección: Luciano Suardi. Intérpretes: Mercedes Beno Mendizabal, Joaquín Benzaquen, Damian Mai, Carolina Saade, Felipe Saade y Ana Schimelman. Iluminación: Ricardo Sica. Fotografías: Damián Mai. Producción: Carolina Saade. Asistencia de dirección: Amalia Tercelan. Sala: Arthaus Central /Mitre 434, CABA).
Cuadernos de trabajo I: insomnes y humillados es una “obra sin obra” como puntualiza el texto del ciclo Reuniones de Arthaus, surgida de un laboratorio de actuación en residencia dirigido por Luciano Suardi.
Más allá de que se trata de una apertura del laboratorio, interesa hacer una lectura del sentido que construye el montaje, de la temática que atraviesa y de los procedimientos formales que involucra.
Seis intérpretes se prestan a recorrer una secuencia de escenas con el material vulnerable y trastabillante de la actuación, exponiéndose a un sentimiento del que intentamos huir pero que cala de forma contundente en nuestra condición humana: la humillación. Esta secuencia de escenas gravita desde un inicio en los diversos modos en que nos sujetamos a una mirada que nos abruma, pero que encarnamos con íntima convicción y en la que elegimos reconocernos a fuerza de desdicha, vacío y soledad.
Hay un apego entre el material de la actuación que se intercambia y la humillación que se reedita en las distintas formas que va cobrando a medida que circula de escena en escena. Se recrea el circuito de “humillante-humillado” alternando los roles, en donde las variaciones toman su imaginario de los recorridos extra-actorales: “conocer el paño” parece ser una premisa que convoca y amalgama, para embarrarse en ella y salir ilesos. Hay sentimientos concomitantes de la humillación, indispensables para producir su eficacia: el resentimiento como ingrediente fundante a partir del cual incubamos la capacidad de someternos y de sojuzgar, de herir y dejarse herir, de naturalizar las relaciones de poder. En definitiva se trata de las variaciones de una misma escena, de su montaje y desmontaje. No importa saber de dónde vienen los personajes, qué ha motivado la situación que se nos presenta. Funciona como una foto fija, un climax congelado. Importa la escena como recorte y el desenlace que prescribe, no sus causas ni sus derivas.
El teatro parece cobrar sentido en el malestar, la comunicación disfuncional, lo no dicho, en la impotencia, el desacuerdo y la falta de palabras que amortigüen el sentimiento que avanza desamordazado.

El siguiente poema de Laura Wittner permite reconstruir la dinámica escénica:

Hay una teatralidad intrínseca al modo en que se organizan las escenas en las que se condensa el pathos pero más que un final- la tormenta que estalla-lo que sucede es una inconclusión, algo que no puede ser transitado, que simula un relato pero en donde el fracaso está decretado de antemano.
El procedimiento es el de transposición de un fragmento de un film o de una fotografía a la escena. Dentro de los materiales seleccionados pueden reconocerse Escenas de la vida conyugal de Ingmar Bergman o la serie The ballad of the sexual dependency de Nan Goldin. Si bien el texto del programa de mano hace referencia a la copia, el robo y la sustracción de las actuaciones como modus operandi, se proyectan las imágenes en la pantalla previamente, con lo cual el espectador se vuelve partícipe del laboratorio al cotejar las referencias visuales y audiovisuales con la construcción escénica, en la que puede observar correspondencias, desviaciones, reordenamientos, supresiones.
Si hay algo que tienen en común los materiales es lo enigmático y oscuro de las relaciones amorosas como escuela de la humillación, y que al transponerse al teatro se sintetizan en un objeto —la cama— que es el espacio privilegiado donde acontecen las variaciones escénicas a lo largo de la obra.
La escena final que trata del insomnio pone en juego la fuente original de la demanda amorosa. “No puedo dormir” es la línea del texto que repite cual niño cada intérprete como preámbulo para amucharse al cuerpo del otro, pero, un ronquido se impone para perpetuar la mala noche de quienes sostienen, en silencio, su sueño.