
09/10/2025
Por Javiera Miranda Riquelme
@javieramirandariq
Dramaturgia y dirección: Tomás Masariche. Intérpretes: Almudena González Itkin y Carmen Baliero. Música en vivo: Carmen Baliero. Diseño y dirección de puesta audiovisual: Alicia Apezteguia y Milagro de Catamarca. Cámara en vivo: Alicia Apezteguia. Operación y montaje audiovisual en vivo: Milagro de Catamarca. Diseño sonoro: Maga Clavijo. Diseño de espacio e iluminación: Santiago Badillo del Cerro. Diseño de vestuario: Merlina Molina Castaño. Producción ejecutiva: María, Viki Masariche y Catalina Napolitano. Registro audiovisual: Matías Blanco. Asistencia de dirección: Catalina Napolitano. Producción y comunicación: Viki Masariche | Estudio Karai. Sala: Espacio Callejón (Humahuaca 3759, CABA). Funciones: Lunes 3/11, 10/11, 1/12 y 8/12 a las 20:30 horas. Entradas disponibles acá.
En Cuadernos del triunfo, el dramaturgo y director teatral Tomás Masariche convierte el hallazgo doméstico de un cuaderno que alguien ha usado como diario de vida en un ejercicio de arqueología afectiva. No es nostalgia. Es más bien una indagación sobre aquello que nos mantiene en movimiento cuando el impulso de vivir parece haber perdido su justificación. Una paradoja tierna y no por ello menos madura: cuanto más íntimo y fragmentario el material de origen, más colectiva se vuelve la experiencia confesada en esas hojas. Una concentración de verdad en un diminuto gesto (el cuaderno) que, por asertivo, despliega cierta universalidad.
La obra comienza con el hallazgo que Teresa (Almudena Gonzalez) ha hecho sobre un cuaderno escolar cuyo objetivo ha sido subvertido por alguien más. Este cuaderno ha pasado de superficie disciplinaria, soporte de aprendizaje y corrección a depositario de frustraciones, preguntas y desazones. Lo analógico, desplazado por el falso tinte confesional de la velocidad de las redes sociales (las stories, los “tu mes en fotos”, los “tus más escuchados del año”), regresa como enunciaciones sin imposturas y cuyas inquietudes se ramifican. En esa torsión se cifra la poética de la obra. Escribir así como hacer teatro no como registro de lo que fueron, sino como posición subjetiva que interroga al mundo interrogándose a sí mismo.

La actuación de Almudena González corporiza el tránsito entre esos estados juveniles. Entre el monólogo y la confesión, González logra sostener una tensión entre control y entrega, con movimientos de su cuerpo implican una reescritura del texto encontrado. Esa fisicidad titubeante, a veces torpe, siempre fresca, le da a la puesta en escena una respiración propia, la de una obra que se piensa mientras va sucediendo.
Este proyecto escénico nació de un hallazgo fortuito. En la casa familiar de Masariche aparecieron un cuaderno escolar escrito por una mano anónima, cuyas páginas, a medio llenar, contenían fragmentos lúgubres y obsesivos. Esa escritura, suspendida entre la confesión y la pesadilla, fue el punto de partida de un proceso que desplazó la curiosidad inicial hacia un territorio poético. El intento por descifrar la identidad de esa voz ajena derivó en una ficción no buscada, en la que el propio autor terminó implicado.
Cuadernos del triunfo se inscribe así en una corriente de teatro argentino contemporáneo que trabaja sobre residuos. Archivos personales, espacios obsoletos, materiales frágiles. Pero lo que distingue a esta producción es su decisión de no estetizar la melancolía, sino que tensionarla y convertirla en método.
