31/10/2025
Dulcinea Segura publica Pájaro negro que danzas, una biografía del bailarín venezolano Freddy Romero y su paso por el San Martín
Por Adriana Barenstein
@barenstein
Pájaro negro que danzas es una biografía que expone la vida del bailarín y maestro Freddy Romero como un entramado de cuerpos, lenguajes y desplazamientos. Dulcinea Segura trabaja sobre esa materia con una mirada que combina investigación histórica, sensibilidad estética y comprensión somática. El resultado es un retrato de un artista cuya experiencia vital y profesional reúne las tradiciones de la danza moderna latinoamericana con las influencias afroamericanas de Alvin Ailey y la técnica Graham.
El libro reconstruye los movimientos de Romero desde su nacimiento en Venezuela hasta su formación en México y su llegada a la Argentina en los años setenta. Esa trayectoria no se presenta como una sucesión de logros, sino como un proceso donde el cuerpo es archivo y método. Cada gesto, cada coreografía, cada espacio de docencia revela un modo de pensamiento encarnado. En la escritura de Segura, la danza aparece como una forma de conocimiento que atraviesa la biografía y la trasciende.
El relato avanza entre documentos, entrevistas y testimonios personales, y encuentra su centro en la voz de Victoria Herrera, hija del bailarín. Su prólogo funciona como un umbral afectivo que conecta la figura pública con la intimidad familiar. En esa convergencia se delinean los temas centrales del libro: la disciplina, la herencia afro, la pedagogía del movimiento y la tensión entre la plenitud del cuerpo y su desgaste. Segura organiza el texto con un ritmo que responde al propio principio de la técnica Graham, alternando contracción y expansión, registro y respiración.

La entrevista que sigue, realizada por Adriana Barenstein, permite comprender el alcance de ese trabajo y su vínculo con las Jornadas de pensamiento sobre prácticas somáticas que Segura coordina desde el Instituto de Artes del Espectáculo. En ese ámbito se desarrolla una reflexión sobre el cuerpo como fuente de conocimiento y como territorio de transmisión artística. La conversación entre ambas traza una continuidad entre la investigación teórica y la práctica corporal, entre el estudio académico y la experiencia directa.
El diálogo ofrece una lectura de la danza como lenguaje del pensamiento y de la biografía como una forma de movimiento. En la figura de Freddy Romero, Segura encuentra una síntesis entre rigor técnico, potencia expresiva y conciencia histórica. Su escritura reanima ese legado y lo devuelve al presente de quienes continúan pensando con el cuerpo.
—Vienes de la última edición de Prácticas somáticas, cuéntame de eso.
—El encuentro empezó siendo un Encuentro de Prácticas Somáticas y después le pusimos Encuentro de pensamiento sobre prácticas somáticas porque lo experiencial corporal generaba cierta confusión. Empezó en 2021, estábamos en pandemia, entonces lo programamos de manera totalmente virtual, convocando a personas que dieran conferencias-taller en ese formato por Zoom. Buscábamos poder tener un abordaje corporal y reflexivo sobre lo que entendíamos como prácticas somáticas, en donde se incluían yoga, danzaterapia, movimiento terapia, cruzando esas prácticas con la danza, el canto o la voz, por ejemplo.
En uno de los conversatorios sobre prácticas somáticas participó un chileno que se llama Elías Cohen, que trabajó sobre el conocimiento en activo y trajo propuestas muy interesantes. Él no pertenecía a ninguna de esas prácticas somáticas oficiales, pero tenía una mirada desde el sur, y eso nos llevó a preguntarnos: ¿cuáles son las nuestras? Porque todas estas prácticas vienen de otros lugares. Entonces empezamos a pensar cómo nos vinculamos desde lo somático desde el sur, con cuerpos del sur.
Esto lo comenzamos desde el área de Danza del Instituto de Artes del Espectáculo, junto con Iara Pavanello y Carolina Berjero. Pensamos estos encuentros como algo que fluye entre la palabra, la teoría, la práctica concreta y los territorios.

—¿Cómo ves ese enlace entre la palabra, la vida, el estudio académico y la práctica, que no siempre van juntas?
—Jorge Dubatti, el director del instituto, plantea la figura del artista investigador. A mí me parece que son cosas que no se pueden separar. Hay que empezar a pensar cómo comunicar y presentar las investigaciones artísticas. Nosotras, en los encuentros, siempre tratamos de tener esta instancia de reflexión, la posibilidad de que esas presentaciones también sean performáticas. A veces predomina la práctica, pero uno puede descifrar cuáles son los hilos teóricos que mueven todo, cuál es la teoría que está implícita.
—Y ahora escribiste un libro sobre Freddy Romero. Cuéntame sobre eso.
—Freddy llegó a la Argentina a finales de la década del ’60. Se desempeñaba como profesor de la técnica Graham, tanto en el IUNA como en el Taller del San Martín. Cuando cerró el ciclo lectivo de 2005, se fue a Brasil, donde vivía su hija mayor, para pasar las fiestas, y murió repentinamente. Entonces no hubo un cierre, no hubo una despedida. Esto fue hace casi veinte años, porque falleció en 2006, y el próximo año se cumplen veinte años de su muerte. El libro y su presentación serán una especie de homenaje y reunión de despedida.
El libro busca visibilizar la danza, escribir sobre ella en Argentina y en Latinoamérica. Freddy Romero nació en Venezuela, se formó en el Retablo de las Maravillas, estudió con Tulio de la Rosa —quien le consiguió una beca en México— y allí bailó en las cuatro compañías más importantes del país. Luego fue becado en la escuela de Martha Graham e integró la compañía de Alvin Ailey, la primera afroamericana de repertorio. Finalmente se estableció en Argentina en 1973, donde bailó en el Ballet del San Martín, formó su escuela y su grupo. Fue un puente entre América Latina y las grandes tradiciones de la danza moderna.

—Qué importante rescatar esa figura.
—Sí, y más aún porque, siendo afrodescendiente, también tuvo que atravesar márgenes y prejuicios. Este reconocimiento en el San Martín le devuelve su lugar en la historia de la danza y en la memoria de todos los que lo conocieron. Un cuerpo que baila, que es consciente del espacio y de sus emociones, es un cuerpo poderoso, libre, revolucionario.

—Y qué importante también escribir sobre danza.
—Es importante que se escriba sobre la danza en Argentina y en Latinoamérica. Freddy creció en Venezuela y empezó allí su formación en el Retablo de las Maravillas, donde conoció a Yolanda Moreno y bailó con ella. Ella es conocida como “la bailarina del pueblo”, porque llevó las danzas folclóricas a los escenarios. Freddy después estudió con Tulio de la Rosa. Él se fue a vivir a México y le consiguió una beca a Freddy; para ello, Tulio le pidió una foto y Freddy le mandó la foto de la portada del libro. Así consiguió la beca y estudió en México. Tulio le dijo que tenía que formarse en danza clásica y moderna.
En México, Freddy bailó con el Ballet Independiente, que fue una escisión de la Compañía Nacional de Danza de México, con el fin de investigar nuevos lenguajes. Mientras bailaba allí, Freddy viajó a Estados Unidos. No podía sostenerse económicamente para quedarse, así que volvió a México. Y en México lo vio bailar Alvin Ailey y le dijo que lo quería en su compañía. Esa fue la primera compañía afroamericana de repertorio, y Freddy bailó allí hasta que decidió venir a la Argentina.
El San Martín, en ese momento, no tenía una formación estable de su ballet, entonces Freddy iba y venía con Alvin. Hasta que, en 1973, decidió quedarse definitivamente acá. Fue un bailarín y una figura muy importante para nosotros.
