POR CLAUDIA GROESMAN
@claudiagroesman
El desmontaje es una obra en la que los materiales-una computadora sobre una mesa, dos pantallas donde se proyectan imágenes visuales y audiovisuales, un micrófono- componen un relato escénico que Jimena Márquez, su autora, interpreta. Los planos que estructuran el relato son escenificados mediante posiciones y desplazamientos en el espacio que desbordan la situación convencional de una conferencia.
Marquez introduce la situación original, punto de partida de su decisión teatral. La artista recuerda que a raíz del intercambio con los espectadores que habían asistido al desmontaje de una obra suya anterior, cae en la cuenta de que ninguno la había visto. Es así como el desconcierto devino revelación: hacer del desmontaje una obra en sí misma.
El misterio de la ficción que anuda nuestra experiencia de lo real, requiere de una actitud detectivesca, donde el sentido común se vea asaltado por un evento que lo haga tambalear. El teatro sería la ocasión de provocar el límite entre realidad y ficción mediado por las convenciones que nos permiten retornar a la comodidad del orden.

La obra desenmaraña los hilos donde lo vivido, lo deseado y no conquistado, pasan a ser el fermento donde se cuece la ficción. Darle realidad al deseo, volver a los espectadores testigos de esa operación que exhibe el dolor como fuente de la imaginación escénica.
Ahora, mientras que la ficción de la propia identidad parece nutrirse de certezas y permite desmontar –descomponer- sus partes como un puzzle en el que las piezas se encastran o disocian a sabiendas, la ficción de lo real nos atraviesa sin poder dar cuenta de ello. ¿Cómo sabemos quiénes somos? ¿Cómo sabemos lo que nos divide, lo que podemos, negamos, omitimos, falseamos? ¿No nos corroe allí el espíritu ilustrado que determina lo verdadero y lo falso, la certeza y el engaño? Si el yo es una máscara que construye su propio relato, ¿no será Dionisos, el dios de la embriaguez al que Márquez convoca a lo largo de la obra, esa fuerza insurgente que disuelve-desmonta-las máscaras produciendo una conmoción transitoria que trastoca los valores de lo que conocemos? ¿No será el teatro ese espejo deformante que provoca un olvido momentáneo de quienes creíamos ser? ¿para qué inteligir qué es el teatro si no es para resguardarse de su ambigüedad constitutiva? Es así como el vértigo del gesto provocador se atenúa por la pedagogía con la que se devela el procedimiento que organiza el relato. Como todo desmontaje, alberga la intención de contar el qué y el cómo de la experiencia teatral, mediante una mise en scène que cobra carácter didáctico. Podríamos decir que en este caso se produce un desmontaje doble: a la par de exponenciar su teatralidad y de dar a entender las claves de su construcción escénica, la centralidad con la que se exhibe el yo bajo la forma de unipersonal ofrece las claves que le permitirían entenderse, asirse a sí mismo. En este sentido, cabe preguntarse si Marquez, al poner en evidencia las acciones rupturistas de “Dionisios Contreras”-su alter ego que irrumpe en las obras poniendo en jaque la separación entre la escena y la vida-como una ilusión, nos interpela acerca de las condiciones para provocar las convenciones teatrales en la actualidad.
