La obra de Federico León programada por Paraíso Club que pone en escena un taller de teatro
23/06/2025
POR CLAUDIA GROESMAN
@claudiagroesman
Autoría y dirección: Federico León. Actúan: Santiago Gobernori, Beatriz Rajland y Federico León. Asistencia de dirección: Carla Grella. Asistencia de sala: Camila Azucena Blander. Vestuario: Paola Delgado. Música: Diego Vainer. Escenografía y utilería: Ariel Vaccaro. Iluminación: Alejandro Le Roux. Producción: Melisa Santoro y María La Greca. Sala: Zelaya (Zelaya 3134, CABA). Funciones: Viernes y sábados a las 20 horas. Duración: 60 minutos.
¿Cómo reconocer la propia tendencia? Matías, Marian y Dina, los personajes de El trabajo se observan mutuamente mediante reglas estrictas que evitan la condescendencia, el mérito, la autoayuda. El “lugar” del maestro se construye en la propia mirada y circula entre los integrantes del taller donde el modo más efectivo parece encontrarse en la invención de desafíos que involucran el cuerpo y ponen a prueba el olvido de sí mismos para desaprender lo que ya saben. Lo que asegura la aceptación y el reconocimiento es devaluado como “la escena” que hay que abandonar. Se emula la audacia, el riesgo, la fragilidad de someterse sin piedad al descubrimiento de la identidad como máscara.
Los apoyos identitarios  son representados a través de bastones con títulos como “auto-festejo”, “juego de palabras”, rigidez” con los que los personajes nombran sus debilidades. Mediante la destrucción de este objeto se busca generar el efecto equivalente de destrucción del yo. Las pruebas ponen en  alerta todo lo que refuerce su engordamiento. Cuanto más desafiantes, cuanto más tomen el cuerpo, más darán batalla contra la propia tendencia, premisa que los personajes asumen como ley.
Este taller para actores, es sobre todo una experiencia teatral que devela un mal de época, el autocentramiento como obstáculo para el despliegue de las fuerzas creadoras. Un espacio que pone el lente en la ficción del yo y sus derivas en el campo del arte  y de las redes sociales que se retroalimentan entre sí. ¿Qué es el yo dominante sino un relato unificado que nos determina ante los otros?
El lugar del lenguaje
Ni bien comienza la obra, nos encontramos con un momento avanzado  del proceso al que Matías, Marian y Dina se enfrentan. Lo que se dicen da cuenta de un trabajo arduo en el que cada uno ya conoce las artimañas del otro para enmascarar sus reincidencias. La exigencia a la que se obligan hace de la observación un ejercicio preciso que requiere de una transmisión acorde. Cómo decir, indicar, ordenar, disuadir, es parte de la ejercitación donde el conocimiento mutuo es la piedra de toque para resquebrajar no solo las conductas del que es observado sino también de las sombras que aparecen en el propio discurso. En este laboratorio los personajes elaboran un código de comunicación siguiendo las condiciones que impone el trabajo.
Hay a lo largo de la obra un ranking de acciones que hacen enmudecer por su espectacularidad. Como un teatro dentro del teatro los personajes muestran la intimidad de un método que los fuerza a atravesar el umbral de lo posible. La escena contiene el peligro de no retorno: no sabemos cuál es el límite porque lo que se busca es desplazarlo provocando situaciones insospechadas que hacen estallar el lenguaje y su pulsión decodificadora. 
El gran trabajo: ir en contra de los hábitos o la resurrección de Dina
Dina es una mujer mayor con limitaciones corporales imposibles de ocultar. Sin embargo, es tratada de igual a igual, con la misma rigurosidad y disciplina, poniendo bajo sospecha dichas limitaciones, no por engañosas, sino por el hábito de pensamiento que las sostiene. En una de las escenas Marian le quita el bastón con el que se desplaza, pero al contrario de lo que podríamos suponer, logra mantenerse en pie.
En el caso de Dina, lo extremo de la experiencia no reside tanto en la acción como en la conmoción de nuestros hábitos de percepción de la vejez. La potencia liberadora del proceso de Dina, la “pensionada apasionada” como ella se nombra, pareciera señalar que este laboratorio no se puede medir temporalmente. Más que por su funcionalidad escénica su valoración está anudada a la vida como trabajo persistente e ilimitado de apertura a lo nuevo.

El trabajo es una producción de ZELAYA en coproducción con Paraíso Club. Con el apoyo de FITEI y Carlota Guivernau SL.