
09/102025
Por Adriana Barenstein
@barenstein
Brenda Angiel es una de las coreógrafas y bailarinas argentinas más reconocidas en la escena internacional por ser pionera de la danza aérea, una disciplina que combina danza contemporánea, tango y el uso de arneses para explorar movimientos suspendidos en el espacio. Desde 1994 lidera la Compañía de Danza Aérea Brenda Angiel, con base en Buenos Aires y ha llevado su trabajo a escenarios de Estados Unidos, Europa y América Latina, consolidándose como referente en la innovación coreográfica y en la formación de nuevas generaciones de bailarines. Su obra se caracteriza por la búsqueda constante de abstracción y movimiento, a la vez que integra elementos autobiográficos y del mundo cotidiano, creando experiencias que desafían los límites del cuerpo y del espacio escénico.
En esta entrevista con Adriana Barenstein, Brenda nos relata su recorrido desde los primeros pasos en la danza clásica hasta su encuentro con la danza contemporánea y la influencia decisiva de Alwin Nikolais, su maestro de composición. También habla de cómo desarrolló su propia técnica en danza aérea, la construcción de Aérea como espacio de creación y gestión cultural, y su último trabajo, Ringtone, donde combina humor, autobiografía y danza junto a su hija. Además, reflexiona sobre el reconocimiento recibido con el premio María Guerrero y la importancia de impulsar a las nuevas generaciones, ofreciendo un panorama único de su visión artística y de los treinta años de trayectoria que la consolidan como una figura central de la danza argentina.

–¿Podrías contarnos cómo comenzaron tus vínculos con la danza?
–Cuando terminé el colegio ya sabía que quería dedicarme a la danza. Mi primer acercamiento fue a la danza clásica y veía cosas en el [Teatro Nacional] San Martín de danza contemporánea. Como no tenía el cuerpo para ser bailarina clásica, me acerqué a la danza contemporánea y ahí sentí que era lo mío. Tuve resistencias en casa, porque esperaban que siguiera una carrera profesional universitaria. En esa época no existía la universidad de danza, así que entré a psicopedagogía, pero duré solo tres meses. Volví y dije “nunca más”. Me formé de manera independiente, estudiando con maestros. Con Ana Itelman completé tres años y sentí que podía empezar a crear, pero necesitaba una visión más amplia del panorama coreográfico. Entonces me fui a estudiar con Nikolais, que estaba en Nueva York.
–¿Qué te atrajo de su enseñanza?
–Nikolais era un maestro increíble. Para él, la danza es el arte del movimiento; no necesita una narrativa comprensible. Su obra rescata el movimiento como lenguaje escénico independiente de la expresión dramática. Venía de la escuela con influencias expresionistas, y terminó desarrollando obras que podrían considerarse los primeros trabajos multimediáticos. Transformaba el cuerpo con telas, luz o efectos para que el instrumento fuera el movimiento, no el ego personal. Para mí fue fascinante. Inicialmente fui por 15 o 20 días, pero terminé quedándome casi tres años. Su influencia aún se percibe en casi todos mis trabajos. Nikolais me enseñó a mirar la danza desde un lugar donde el cuerpo no es un fin en sí mismo, sino un medio para explorar el espacio, el tiempo y la energía de cada gesto. Aprender con él fue también entender cómo cada movimiento podía generar un lenguaje escénico propio, sin depender de lo narrativo.
–¿Y cómo influyó en tu aproximación a la danza aérea?
–Lo descubrí casi por casualidad. Me invitaron a escribir un artículo sobre danza aérea en Estados Unidos y, al revisar el libro, vi que Nikolais había experimentado con cuerpos colgados, arneses y movimientos verticales. Me abrió otra naturaleza coreográfica: el movimiento podía existir en distintos espacios, no solo en el suelo. Esto fue decisivo para mi práctica abstracta y para la forma en que concibo la composición hoy. Lo interesante es que él ya intuía que el cuerpo no necesita apoyarse siempre en el piso: podía expresarse en cualquier plano. Esa libertad conceptual fue fundamental para mi propia búsqueda y para construir obras donde el espacio aéreo es tan protagonista como la danza misma.
–Tu trabajo refleja formación coreográfica y manejo del espacio y tiempo…
–Sí. Incluso cuando trabajo con danza aérea, no se trata del efecto visual. Es un universo coreográfico en sí mismo: busco movimientos mínimos, diferentes espacios, y me abstraigo del efecto final. Mi foco es encontrar la esencia del movimiento, aunque eso signifique pasar años buscando un gesto en un lugar distinto. Cada detalle, desde la luz hasta la posición del cuerpo, tiene un propósito en la obra. Es como construir un lenguaje que sólo se revela cuando el público observa atentamente.

–Hablemos de tu última obra y del premio María Guerrero.
–El año pasado cumplí 30 años de trabajo coreográfico y quise hacer un balance. Repuse una obra de 2010, realicé una muestra fotográfica de todas mis piezas en aire y luego estrené “Ringtone”. Es personal y distinto de trabajos anteriores; incluye voces en off, lenguaje cotidiano, relatos autobiográficos y humor irónico. Me pongo como protagonista, pero no para mostrarme a mí misma: hablo del paso del tiempo, la pulsión de bailar y la transformación de los cuerpos. Bailo con mi hija, algo poco común y muy potente en escena. La obra refleja tanto mi universo más abstracto como los elementos más directos de la danza de Nikolais. Además, la obra tiene un componente lúdico: juego con el espectador, con la percepción del movimiento, con la desestructuración del tiempo y de la narrativa escénica, algo que me permite explorar nuevas maneras de comunicar la danza.
–¿Qué significa para vos el premio María Guerrero?
–Fue un cierre emocional y profesional. Marca el paso del tiempo y la finitud de los años de trabajo. También es un reconocimiento a la danza misma, a su desarrollo, que muchas veces es ignorado. Me emocionó recibirlo, porque nunca trabajás solo; siempre hay otros involucrados. Tener referentes de esa calidad engrandece a todos los que participan y valida el esfuerzo colectivo.
–¿Qué rol cumple la gestión en tu carrera?
–Gestionar me gusta. Aérea nació como espacio de ensayo y clases de mi compañía, pero luego se transformó en un espacio que cumpliera con todas las necesidades de la danza: piso, luces, sonido. Gestioné festivales y acerqué la danza al público, incluso al espacio público, donde los transeúntes se topan con el arte sin necesidad de ir a la sala. Gestionar también significa producir mis obras, organizar giras y difundirlas internacionalmente. Todo eso es parte integral de mi trabajo artístico. A veces implica enfrentar dificultades, problemas de infraestructura o falta de recursos, pero también genera oportunidades para que la danza se encuentre con otros públicos y cree comunidad.

–¿Qué proyectos te interesan ahora?
–Me encanta viajar con las obras y quiero llevar Ringtone de gira. Es un período creativo distinto y quiero seguir explorando sin mirar atrás. Cada viaje es un aprendizaje y un encuentro con nuevas formas de recibir la danza.
–¿Cómo ves la danza de artistas jóvenes?
–Recibo muchas propuestas de egresados de la UNA y la USAM, y me interesa programarlos y darles espacio para probar. Cada búsqueda es personal, pero hay talento, inteligencia y propuestas que renuevan la escena. Antes también colaboré en Argentores para premiar obras debutantes, como “Jardines Humanos”, de dos chicas aún en la UNA con unos 30 bailarines; un trabajo muy inteligente. Es gratificante ver cómo los jóvenes incorporan nuevas ideas, técnicas y miradas, pero también cómo respetan la tradición y el aprendizaje de quienes trabajamos en la escena hace décadas.
