
Por Javiera Miranda Riquelme
@javieramirandariq
En 1959 el escritor argentino Carlos Correas publicaría en la revista Centro La narración de la historia, considerado el primer relato de la historia de la literatura argentina que narra una relación homosexual, y por el que él y su editor, Jorge Lafforgue recibirían una condena de seis meses de prisión en suspenso. La edición n°14 de la revista Centro, donde aparecería el relato de Correas, sería su última.
Sobre este hito y la vida de Carlos Correas está inspirado Ha muerto un puto, pieza escénica del director teatral Gustavo Tarrío, quién fue entrevistado por Replicantes Revista sobre su dispositivo escénico que cruza el lenguaje del teatro, el música, la performance y reproduce a través de parlamentos pasajes de la literatura de Correas.

—¿Cómo fue indagar en el archivo de Correas?
—Con Club Paraíso tuvimos algunas conversaciones sobre qué aspectos de mi obra previa les interesaban para desarrollar algo nuevo. En esas charlas surgió la idea de que nunca había hecho una obra de texto en el sentido más tradicional, como las clásicas obras de teatro escritas de antemano. Yo escribo teatro, pero rara vez realizo una obra previamente escrita de manera rígida; mis textos suelen modificarse y transformarse durante los ensayos.
Ahí me acordé del famoso cuento de Carlos Correas, La narración de la historia, publicado en 1959. En su momento, ese texto fue censurado y Correas, junto con su editor, enfrentó un juicio que terminó en una condena de seis meses de prisión en suspenso. Todo ese escándalo convirtió su figura en un referente de la literatura proscrita, y el año pasado volví a conectar con su historia.
A partir de ahí, comencé a investigar más sobre Correas: su vida, las repercusiones de La narración de la historia y, sobre todo, lo que hizo después. Lo que vino después fue un largo período de ostracismo. Aunque siguió escribiendo, sus textos dejaron de tener visibilidad. Él mismo dice que abandona la homosexualidad. Ha muerto un puto no refiere sólo a su muerte efectiva en el año 2000, sino también a que en cierto momento él «mató a su puto», aunque ese aspecto de su identidad resurge en los últimos años de su vida.
Todo esto también está presente en esta obra. Cuando empecé, yo era un recién llegado a la obra de Correas y ni siquiera sabía si podía o quería contar toda su historia. Pero accediendo a su biografía, a través del documental Ante la ley (disponible en YouTube) y de textos de otros autores que analizan su obra, fui descubriendo mucho más. Además, hablé con personas clave en su vida, como Juan José Sebreli, María Pía López, quien fue su amiga en sus últimos años, y Alejandro Modarelli, que aunque no lo conoció personalmente, ha reflexionado sobre su obra.
A partir de ese proceso, entendí que mi tarea era ofrecer al espectador una especie de «droga de iniciación en Correas». No una biografía lineal ni un monumento a su figura, sino una forma de acercarlo al público.

—¿Cómo dialoga en la actualidad la figura de Correas con la Ciudad de Buenos Aires, la literatura, la bohemia y la diversidad sexual?
—Después de una función, alguien me preguntó si había conocido a Correas. La verdad es que no, aunque caminamos por las mismas calles. En la obra no nos tomamos la licencia de representarlo.
Me parece relevante traer a Correas a escena porque necesitamos datos sobre quienes nos precedieron en esta ciudad. Él es un arcón de sorpresas y fantasías sobre lo que era ser homosexual en la década del ’50, cómo vivió en carne propia la represión de los ’60, qué pasó cuando decidió recluirse y «matar a su puto» en su literatura. Más allá de La narración de la historia, ¿qué hizo después? ¿Cómo construyó su obra?
Pero no quería erigirlo como un mártir, porque él mismo rechazaba esa idea. Correas era puto mucho antes de que existiera la idea de lo «gay» como identidad global institucionalizada. En ese entonces, las ciudades no eran un «Disney Worlds del morbo homosexual», como lo son en algunas ciudades hoy. La homosexualidad era un territorio de deseo clandestino, y él lo plasmó con crudeza, con erotismo, con una potencia narrativa única.
También es interesante que Correas estuvo siempre al margen de la política identitaria. No participó del Frente de Liberación Homosexual, en los que estaba Perlongher o Sebreli. No se integró a movimientos. Decía que no quería que la sociedad le permitiera nada. Hay ahí un cruce entre lo personal y lo filosófico que lo hace fascinante.
En la obra, lo imaginamos caminando por la ciudad. Él recorría mucho la zona del Bajo, y en algún momento pensé que la obra tenía que terminar saliendo a la calle viendolo pasar y seguirlo. Para mí es un espíritu que sigue rondando.
—¿Crees que la figura de Correas, que nunca quiso ser integrado a nada, pone en tensión la concepción política actual de la diversidad?
—Correas pone en tensión todo, incluso la propia asimilación de la homosexual en las sociedades supuestamente más abiertas de hoy.
No veo una contradicción en su figura, sino una complejidad. Políticamente, él firmaba solicitadas en los ‘90 y escribía cuentos donde defendía a sus amigas travestis cuando la policía las detenía. Pero al mismo tiempo, tenía un uso del trabajo sexual y rechazaba la idea de que los homosexuales debían convertirse en ángeles de la bondad. No creía en la corrección política ni en la integración institucionalizada.
Por supuesto, es fundamental poner en primer plano las agendas de derechos, de no ser golpeados, insultados ni criminalizados. Creo que es un momento para profundizar en eso más que abrir el juego. Pero Correas, desde el más allá, nos sigue desafiando.
Una de las cosas más interesantes que nos ha pasado con la obra es que despierta en el público el deseo de leer. Porque nada reemplaza la lectura. En un mundo saturado de redes sociales y entretenimiento inmediato, la literatura de Correas ofrece algo distinto: una pausa, una atmósfera, un tiempo otro.

Mucho más tarde, se volvería a abrir el debate entre los críticos literarios y activistas sobre la cesura y persecución en regla que recibió Correas, y sus texto volverían a ser recopilados, editados y ponderados. Ricardo Piglia incluiría en La narración de la historia en Las Fieras, una antología de relatos argentinos en los que están presentes distintos usos del genero policial.
«En el caso del relato de Correas, lo policial tiene que ver con el tono que tiene el texto. A parte de que la historia es una historia marginal, que está siempre al borde de narrar, no un crimen, pero sí una situación transgresiva, lo que me interesó fue como él había captado un tono que está muy presente en el género y que para mí es un elemento muy importante de la novela policial norteamericana. Es decir, ese tono anti sentimental, distanciado y un poco esquizo, donde se cuentan acontecimientos que tienen un sentido muy perturbador, y quien lo cuenta lo hace en un tono absolutamente impávido», diría Piglia en el documental Ante la ley, dedicado a indagar condena contra Correas y Lafforgue por la publicación de La narración de la historia.
Ha muerto un puto se puede ver en ArtHaus Central (Mitre 434, CABA) todos los sábados y domingos de febrero. Las entradas se pueden adquirir por Alternativa Teatral.
Puedes ver la entrevista completa al director Gustavo Tarrío en nuestro Canal de Youtube: