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La negación de la negación. Una hermenéutica chejoviana. Entrevista a Marcelo Savignone | Por Javiera Miranda Riquelme
Teatro La negación de la negación


Por Javiera Miranda Riquelme
@javieramirandariq

Dramaturgia y dirección: Marcelo Savignone. Intérpretes: Leandro Arancio, Milagros Coll, Sofía González Gil, Priscila Lombardo, Valentín Mederos, Guido Napolitano, Belén Santos, Marcelo Savignone. Vestuario: Mercedes Colombo. Diseño sonoro: Luis Sticco. Fotografía: Cristian Holzmann. Colaboración artística: Tatiana Sarbia. Funciones: Martes y sábados 20 horas. Teatro: Belisario Club de Cultura (Av. Corrientes 1624, CABA).

El actor, dramaturgo, director y docente teatral Marcelo Savignone se encuentra presentando La negación de la negación. Una hermenéutica chejoviana, una obra que revisita algunas de las sus producciones teatrales anteriores: Un Vania (2013), Ensayo sobre la Gaviota (2014) y Mis tres hermanas, sombra y reflejo (2016) y De interpretatione (2022). Junto a siete actrices y actores más (la mayoría de los cuáles no fueron parte del elenco en estas obras), Savignone interroga las escenas de Chejov a través de un cuerpo nuevo y cuya memoria oscila entre la reconstrucción y la desmentida de cómo fue que habitó esos universos teatrales.

Replicantes Revista conversó con Marcelo Savignone sobre La negación de la negación. Una hermenéutica chejoviana.

–¿A partir de qué necesidades artísticas y personales, surge hacer esta revisión que es negación de la negación?

–Bueno, en principio surge con una intención de volver a dialogar con Chejov. Y por otra parte , la posibilidad de volver a reflejarme sobre algunos territorios, obras que ya había transitado  me pareció una acción bastante novedosa a nivel de la investigación teatral. Entonces ese fue el interés. Volver a dialogar con Chejov y a su vez con la novedad para mí, que era cómo sería volver a esas obras habiendo pasados al menos 10 años.

–¿Y qué te encontraste ahora al volver?

–Al principio, cuando uno vuelve a los materiales volver a poner en valor esos materiales materiales porque la memoria tiende a hacer recortes, pero a su vez la posibilidad de volver al cuerpo, de entender con mayor profundidad algunas problemáticas que hace 10 años entendía desde otras perspectivas. Es como volver a un texto. Uno vuelve a leer Hamlet y le da la impresión de que siempre hay algo nuevo que encontrar. Creo que la capacidad de que el cuerpo vuelva a ser el vínculo con Chejov me permite esa idea de profundizar, de ver algunas aristas que no había podido observar.

–¿Con qué aristas nuevas te pudiste encontrar?

–Uno se encuentra con muchas cuestiones. Primero porque La negación de la negación a su vez tiene la particularidad de que vuelve a esos textos con un elenco que no transitó en su gran mayoría las obras, entonces eso le otorga otra singularidad. A mí me gusta pensar esto como lo menciona Deleuze, es decir la idea de que no es que el arte piense menos, sino que piensa a través de preceptos y afectos. Entonces uno puede decir: afectos en relación al sentir, preceptos en relación a percibir. Por lo tanto, volver a una obra, volver a la particularidad de una obra y hacerla en el presente, es volver a hacer y a generar diferentes modos de sentir y diferentes modos de percibir. Y en este caso es diferentes modos de sentir la experiencia chejoviana, diferentes modos de sentir el cuerpo chejoviano. Y también esto de que nadie se puede volver a meter dos veces a un mismo río en el caso de el teatro es de obviedad fabulosa. Es muy difícil volver y meterse a la misma obra dos veces.Creo que por todas esas cuestiones la obra termina siendo de un potencial enorme. Me hace recordar a algo que dice Todorov sobre que la poesía es revolucionaria por el solo hecho que hay que volver a leerla, y creo que en ese sentido yo considero que la obra sí hace un ejercicio revolucionario porque vuelve a sentir y a profundizar aquello que en una estructura tradicional perteneciente a nuestros tiempos, los tiempos del capitalismo extremo donde todo es desechable, es un acto de profunda fortaleza cultural no desechar ciertos materiales.

–¿Cómo fue para el elenco actual acercarse desde tu perspectiva a estas escenas?

–En principio fue sumamente lúdico. El trabajo que venimos realizando con este elenco, que con algunos comenzamos armando lo que es el cuerpo y la interpretación, y con otros que se incorporaron el proceso de la obra Terco, que fue la obra anterior y que fue una experiencia formidable.

Creo que trabajamos muy bien con el grupo, viendo los materiales, riéndonos un poco de lo que yo creo que pasó, ficcionando eso también porque en el momento en que algo se pone en escena ya deja de pertenecerle a la biografía y se convierte en ficción. Estoy muy contento con la obra y con esta posibilidad de visitar el error, el equívoco del recuerdo, que le otorga también un matiz de humor a la pieza.

–¿Y cómo se lleva ese humor con Chejov?

–Chejov se encarga de decir que todo pasado ha sido mejor, entonces no es algo tan distante de la dramaturgia chejoviana. Paul Ricœur dice que el texto tiene muchas posibles interpretaciones pero no infinitas. Por lo tanto yo considero que esta obra es una interpretación más de Chejov, es decir algo que siga abonando en relación al texto chejoviano. Hay algo que dialoga muy bien en esos conceptos.

–¿Por qué Chejov particularmente? ¿Qué te pasa con este autor para que sea el motor de tu producción durante tantos años?

–Chejov, Shakespeare y Beckett son tres autores que me interpelan, que me hacen soñar teatro. Me encantan Tennessee Williams, Gambaro, Discépolo, son también teatristas que me interesan y mucho. Pero por alguna razón, y ahí me permito ir a lo inexplicable del arte, tengo una frecuencia con estos autores. Yo soy alguien que se dedica a dar clases de teatro, no solamente tengo la suerte de hacer teatro, el privilegio diría más acertadamente, sino que a su vez mi modo de vida es dar clases. Y creo que estos autores me han enseñado mucho a pensar el oficio del teatro. Creo que son extremadamente didácticos, es decir  que me permiten comprender las reglas del oficio del teatro. En principio eso: son autores que me dejan soñar teatro y me dejan adentrarme en un saber hacer. La palabra arte significaba saber hacer, como la comedia del arte es saber hacer la comedia, el arte refiere siempre a un oficio y Chejov, Shakespeare y Beckett s me dejan siempre reencontrarme con el oficio.

–¿Qué opinas de la vasta producción de adaptaciones de Chejov, Shakespeare y Beckett que hay en el circuito teatral porteño? ¿Te gustan las distintas perspectivas que toman para abordar estos materiales?

–Creo que el circuito teatral porteño tiene un potencial enorme. Me parece que ese variopinto y esas diferentes perspectivas en relación a los autores resulta muy fecundo. A mí siempre me interesó que haya mucho teatro. En algunas charlas se habla de la cantidad y la calidad como si no pudiesen dialogar. Yo creo que en la Ciudad de Buenos Aires dialogan muy bien la cantidad y la calidad. A mí me genera una gran felicidad nuestro teatro, lo considero uno de los momentos sagrados de la vida.

–¿Cuál es tu visión y tu posición respecto de la situación del teatro en el contexto político actual del país?

–Desde el comienzo de toda esta batalla cultural, categoría que le brinda una espectacularidad y una ética, yo comencé con un trabajo en redes de tratar de desarmar ciertas narraciones. De desarmar la idea de que el artista es un privilegiado. Somos privilegiados por poder dedicarnos a lo que amamos, pero no tenemos privilegios por eso. Hay una confusión con tener derechos y tener privilegios. A mí lo que más me preocupa en estos tiempos es el ascenso de la violencia.

Se han roto las reglas no escritas de la democracia. Cuando digo democracia pienso en consenso, en tolerancia, pero eso no está escrito del todo, y eso es lo que se está rompiendo en estos tiempos. Y me produce una gran preocupación,  Yo tengo el arte como un modo de pensamiento y ante eso considero que frente a todas las cuestiones que están sucediendo, creo que hay que generar comunidad, es una necesidad del hoy. Yo pienso que no es un cambio de época, sino que un final de época, la política está en decadencia. Y en este sentido, el teatro tiene formas de reagrupamiento de vanguardia. El teatro funciona como una gran utopía. Nos encontramos a hacer una obra de teatro, en la escena nos peleamos y discutimos, pero todos y todas estamos yendo hacia un mismo objetivo, que es la obra. Entonces creo que en ese sentido siempre el teatro ha funcionado como una utopía. A mí me interesa mucho el teatro como un lugar de catarsis también, como un lugar de depuración, como planteó Aristóteles. En la medida en que se puede depurar, se puede pensar también.



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