teatro
La obra siamesa | Por Javiera Miranda Riquelme


Por Javiera Miranda Riquelme
@javieramirandariq


Dramaturgia y dirección: Laura Sbdar. Intérpretes: Nico Goldschmidt, Laura Nevole. Vestuario: Leonel Elizondo Iluminación: Fernando Chacoma. Asistencia de dirección: Elisa Carli. Sala: Arthaus Central (Bartolomé Mitre 434, CABA). Funciones: Sábados y domingos a las 20 horas. Duración: 60 minutos.

En La obra siamesa, Laura Sbdar despliega un juego de espejos en el que el teatro no solo se representa a sí mismo, sino que se asfixia y renace en sus propias contradicciones. Desde el comienzo, la pieza se inscribe en una lógica de artificio autoconsciente, donde la ficción se devora y regurgita como un organismo que se rehace continuamente. La obra, como los cuerpos de los gemelos, es un ente en proceso de división y fusión, una criatura que se resiste a ser separada de su origen.

La historia de los dos artistas que convierten el nacimiento de sus hijos siameses en una obra performática es, en sí misma, un espejo deformante del proceso creativo. ¿Dónde termina la vida y dónde empieza el espectáculo? La pregunta no se plantea con la ingenuidad de una crisis de representación, sino con la crudeza de un dilema existencial. La obra es un ser vivo con autonomía parcial: es concebida, pero no se deja poseer por completo. Como en la obstetricia y en la dramaturgia, el parto puede ser natural o inducido; la cuestión es si el resultado es una criatura viva o un simulacro de lo vital.

La metateatralidad aquí no es solo un recurso, sino la estructura misma del relato. Los personajes son artistas que instrumentalizan su propia biografía, convirtiendo la experiencia íntima en una mercancía estética. En esa operación, el teatro se exhibe en su dimensión más perversa: el artificio no se disfraza de realidad, sino que se exhibe como tal, con sus mecanismos visibles, con su diseño quirúrgico. La puesta en escena refuerza esta tensión con una sobriedad que contrasta con el exceso conceptual de la propuesta: un espacio casi vacío, luces quirúrgicas que resaltan la disección emocional y corporal, y un ritmo que parece programado para una precisión milimétrica. Como un organismo artificial, la obra se alimenta de sí misma para sobrevivir.

Pero La obra siamesa no solo se pregunta por la frontera entre arte y vida, sino también por la explotación de la creación. ¿Hasta qué punto una obra puede conservar su organicidad antes de ser consumida por sus propias tentativas comerciales? ¿En qué momento el teatro deja de ser un acto de parto y se convierte en una operación de marketing? En la historia de la pareja de artistas, esta pregunta se desliza como un bisturí afilado. La performance de sus vidas, que se inicia como un gesto radical, termina atrapada en el juego de la rentabilidad cultural. El espectáculo, que nace con vocación de autenticidad, no puede evitar convertirse en un producto.

En este sentido, la obra de Sbdar dialoga con una angustia propia del teatro contemporáneo: la necesidad de sostener su pulsión vital en un circuito que lo fuerza a repetirse, a perfeccionarse hasta lo inerte. La criatura teatral, en su estado más puro, es un cuerpo que se deforma, que se resiste a la domesticación. Pero en su tránsito hacia la escena, en su inevitable contacto con la industria, ese cuerpo se vuelve una representación de sí mismo. La obra siamesa exhibe esta paradoja sin resolverla, dejando al espectador ante el espectáculo de un teatro que se autopsia en tiempo real, revelando tanto sus vísceras como su condición irremediablemente artificial.



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