
29/09/2025
Lina Meruane habla sin rodeos sobre literatura, maternidad y genocidio palestino durante su paso por el Festival de Literatura del FILBA
Por Javiera Miranda Riquelme
@javieramirandariq
Lina Meruane estuvo en Buenos Aires como invitada del Festival Internacional de Literatura de la Fundación Filba. Allí inauguró el encuentro con una lectura y dictó una masterclass basada en las técnicas del grupo Oulipo, defendiendo la idea de que la restricción formal no limita la escritura, sino que la empuja hacia la creatividad. Ese guiño, el de provocar desde la incomodidad, abrir un juego que exige moverse fuera del lugar seguro, atraviesa toda su obra y se repite en esta entrevista.
Meruane habla con la misma afilada franqueza con la que escribe. Recorre los treinta años de relatos que conforman Avidez, explica cómo un encargo puede convertirse en detonante creativo, y describe el tránsito de Contra los hijos desde la diatriba ensayística hasta la escena teatral, donde se multiplican las contradicciones de sus personajes. Pero también va más allá de la literatura: reflexiona sobre las nuevas formas de control que el capitalismo impone sobre la maternidad y se detiene, sin rodeos, en la brutalidad del genocidio en Palestina y en los silencios que este tema ha provocado en ciertos sectores del feminismo y de la cultura.
Esa falta de complacencia y su impulso por destacar asuntos que otro prefieren callar (por comodidad o por oportunismo), define tanto su obra como su figura pública. Una cosa muy chilena esa de querer polemizar, aunque no de pendenciera. El rigor de los argumentos, obviamente, se le da muy bien.

—¿Por qué elegiste este procedimiento de poner límites a la escritura como disparador de creatividad para dar tu masterclass?
—Esta es una idea que no es original, la practicaba el grupo Oulipo, taller de escritura potencial, donde estaban, entre otros, Georges Perec, Italo Calvino y Queneau. A partir de esa idea, y de otra que tiene un grupo de cine, Dogma, y con una película que a mí me parece muy interesante, un documental que se llama Las cinco obstrucciones, donde Lars Von Trier cita a su maestro Jorge Leth y pone todo tipo de limitaciones para cinco peliculitas que hace, que son todas brillantes, increíbles. Es una limitación que te obliga a ser creativo y a salir de tu lugar de confort para poder solucionar esa consigna.
Yo he escrito mucho por encargo. He hecho un libro que se llama Avidez: son cuentos todos encargados, salvo el último, que es Reptil, que lo escribí en 2023 como una especie de consigna propia porque a ese libro le faltaba un cuento sobre la lengua. Es un libro sobre el hambre, las pulsiones, las necesidades y el deseo, al que le faltaba un cuento sobre la lengua. Entonces me lancé mi propia consigna: tenía que ser un cuento sobre la lengua, en el que cada párrafo empezara con “dicen” y los párrafos fueran aumentando de tamaño. A pesar de las consignas y de las limitaciones que me iban dando en cada cuento, en todos había algo que los unía: un imaginario que se iba resolviendo en diferentes exigencias y formatos.
A partir de esa admiración temprana por el Oulipo, y de constatar que las limitaciones del encargo no cierran el imaginario, sino que obligan a hacer una serie de contorsiones para resolver la consigna, comprendí que era un buen instrumento para escribir. Creo que es mucho más angustiante, sobre todo cuando eres joven y estás empezando, escribir sobre cualquier cosa. Es brutal. Los límites nos permite reflexionar sobre las estrategias, sobre las herramientas de escritura, sobre el uso de ciertos narradores, sobre los diálogos y en qué medida nos aportan o no.

—¿En Avidez notas transformaciones en las obsesiones, a lo largo de los treinta años de escritura que abarcan esos cuentos?
—Es difícil contestar porque cada cuento es bastante diferente. No tengo idea de si es una evolución o una involución, o si responde a lo que ese cuento me pedía. Tiendo a pensar que el propio texto te va pidiendo una serie de transformaciones: unos más barrocos, otros más secos, algunos más episódicos, más atmosféricos. Tiene que ver con el tema del cuento, con lo que va apareciendo en él y con los personajes. No podría marcarte una transformación específica relacionada con algo que me pasó a mí con la escritura. Muchas veces esos cuentos sirvieron como base para algo más largo que estaba investigando o trabajando.
—¿Por ejemplo?
—Por ejemplo, la entrada a la escuela británica. Hay dos cuentos ahí que pensé que iban a ser parte de un libro sobre el colegio británico. No escribí ese libro, sino Hojas de afeitar y Varillazos. Pero empezar a escribir esos cuentos detonó la idea de escribir Señales de nosotros, un revisitar y meditar esos años en una escuela británica en dictadura. Entonces hay cosas que pensé que iba a hacer y no hice, y que se resolvieron en otro libro y en otro estilo. No en ficción, sino en no ficción. La ficción no me dio para tanto.
O, por ejemplo, hay un cuento que se llama “Ahí”, sobre la madre que le habla a su hija muerta, que perdió una mano en un accidente y está buscando esa mano. Ese cuento se corresponde en tiempo con una investigación sobre el monólogo. Es también parte de Sangre en el ojo y el final de Fruta podrida. Me gusta jugar con la escritura. Me aburre usar las mismas fórmulas. Entonces hay momentos de investigación y otros en que una escritura lleva a otra. Después del monólogo largo de cuarenta páginas en el final de Fruta podrida, pasé a la fragmentación.

—A propósito de ir a otros lugares, ahora eres dramaturga. Es más común llevar un texto narrativo a una obra de teatro ¿Cómo fue el paso de Contra los hijos, un ensayo, a la dramaturgia? ¿Te involucraste en la dirección escénica de Esa cosa animal?
—Yo escribí este ensayo hace dos años. Es una diatriba, con un punto de vista muy claro y, en efecto, no era tan fácil pasar del ensayo a la obra de teatro. Esta fue una invitación que me hicieron: “¿por qué no adaptas Contra los hijos?”. Entonces pensé: “Bueno, ¿pero qué hago? ¿Pongo a los personajes a recitar en una versión posdramática?”. Y el director me dijo: “¿Por qué no pones tres personajes en una mesa a discutir el tema?”.
De inmediato se me ocurrió que uno de los personajes fuera “la” contra los hijos, que toma algunos puntos verbatim, algunos momentos del ensayo. Pero es un personaje lleno de contradicciones, no puramente contra. Luego están los dos hermanos: la hermana conservadora, contra el aborto, pero que también tiene sus contradicciones con la maternidad; y el hermano gay, que quiere ser padre y al que nadie le ha preguntado si quiere serlo, pero que le hubiera gustado que alguien le preguntara. Ahí entra la dimensión del ensayo, pero también otros elementos no tan presentes en el texto original, que me entusiasmaron para escribir.
Luego se me ocurrió que estos personajes también son hijos. Tienen una madre, un padre. Entonces aparece una segunda capa de contradicción, humor y drama, vinculada con esa relación filial. Y ahí surge una serie de egoísmos que me parecía interesante examinar.
—¿Cómo fue recibido?
—Por supuesto, el dramaturgo que me pidió la obra no la quiso. Quería algo mucho más brutal, más diatribesco, y yo lo había llevado a otro lugar. Entonces le dije que la verdad es que no repito mis textos: yo soy creadora, no la repetidora de mí misma. Así que tuve que buscar otras opciones.
Luego recibí una invitación para lecturas dramatizadas en Casa América Cataluña: fue interpretada por actores y una directora chilena. Ahí no me metí en ninguna decisión y solo me encontré con el resultado. Esa compañía se disolvió, invitamos a una nueva directora y ahí sí metí un poco la cuchara, como decimos en Chile. Me involucré porque la obra también tenía propuestas escénicas y visuales.
«Yo soy creadora, no repetidora de mí misma»
—¿Te refieres a las acotaciones que incluiste?
—Sí. Una cosa que aprendí escribiendo teatro fue que es muy liberador. Cuando uno escribe una novela o un cuento es la directora, la dramaturga, los actores, la escenógrafa, la maquilladora, la vestuarista y más. Pero cuando uno escribe teatro, alguien más va a hacer eso. Aun así, necesitaba poner acotaciones para tener muy presente el espacio.
La primera directora me dijo: “Me llenaste de acotaciones” (risas). Finalmente estuve en muchas de las puestas para ver cómo iba variando el texto, si funcionaba para los actores, y también para aprender. Me gustó mucho esa experiencia.
—¿Te ves dirigiendo una obra?
—No es mi campo, y me di cuenta de que lidiar con un equipo es muy difícil. Estoy acostumbrada a trabajar sola y a ser la directora de todo. Aunque también es verdad que, cuando escribo una novela, voy un poco detrás de los personajes. También hay un elemento improvisatorio en mi escritura.
Y la verdad es que el teatro ocurre en un lugar, y yo no vivo en un solo lugar. Me estoy moviendo por todas partes. Entonces, para ser directora tendría que tener otra vida. Por eso tampoco tuve hijos: no sé cómo los hubiese incorporado logísticamente a mi vida.

—¿Y cómo te parece que envejeció Contra los hijos a la luz de las movilizaciones del movimiento de mujeres que hubieron después?
—Cuando escribí ese libro pensé que a nadie le importaba este tema. Creí que solo a mí me interesaba ajustar unas cuentitas con microagresores. Para mí fue una sorpresa que en la primera presentación del libro, en México, llegaran cien personas, siendo yo una escritora bastante desconocida. Y luego me sorprendió que llevé unos cuarenta ejemplares a la presentación en Santiago de Chile, entraron unas cien personas y quedaron otras cien afuera. Yo misma no daba crédito. Entonces entendí que no era algo que solo me interesaba a mí, sino que había levantado una antena y recogido algo que estaba en conversaciones privadas pero no públicas.
A mí la crítica me interesó. Siempre se piensa que la crítica es algo tremendo, terrible. Pero yo había lanzado una diatriba: lo triste habría sido que nadie contestara. Incluso hubo gente que me dijo que le gustó el libro, pero que no estaba de acuerdo con todo. Y yo tampoco estoy de acuerdo con todo, porque esa voz es impostada, rabiosa. Yo no soy esa persona rabiosa, o al menos no todo el tiempo. Veo a los hijos de mis amigos y me ponen feliz sus caritas. Tengo más matices que ese libro. Pero necesitaba escribirlo así, quería escribir una provocación. Me encanta que haya provocado todo tipo de respuestas.
Ha pasado el tiempo y, en la medida en que han ido apareciendo otras problemáticas en torno a la maternidad, también han surgido alertas nuevas. Eso me ha obligado a pensar otras escenas, otras preocupaciones. Estoy escribiendo un libro sobre este tema, que probablemente presentaré el próximo año.

—¿Cuáles son esas preocupaciones nuevas?
—Aparecieron cuando me di cuenta de la lógica y de la velocidad productiva que ha provocado el capitalismo sobre la procreación. Ya no solo el parto exprés o el estallido de las cesáreas como práctica, con los argumentos que se usaban para someter a las mujeres a ellas. ¿Qué significa todo eso? ¿Qué pasa con las técnicas de fertilización asistida, qué vienen a paliar, cómo se desarrolla ese lenguaje en el marco del capitalismo? La maternidad subrogada, por ejemplo: ¿es un negocio o es una ayuda?
«Tengo más matices que ese libro. Pero necesitaba escribirlo así, quería escribir una provocación»
Aún no me he sentado a escribir y, por lo tanto, a pensar a fondo qué pienso. Porque cuando me siento a escribir es cuando tengo tiempo para pensar. Y en este caso quiero pensar en situaciones muy disímiles, a veces extremas. Me gusta observar los casos extremos: por ejemplo, cuando miraba los discursos promaternos, prolactancia, y me encontré con grupos de mujeres que amamantan a sus hijos hasta los quince años. ¿Qué significa eso? ¿Es locura? ¿Es llevar a su máxima expresión una idea de codependencia?
Me pasa lo mismo con lo que estoy empezando a escribir: mirar todas esas escenas y ver qué pienso. Porque no existe una sola respuesta para todos los casos. El ensayo tiene esta dimensión persuasiva, de querer normar con una única respuesta realidades muy disímiles. Yo estoy en esa tensión.

—¿Cómo vives en el campo académico el tema del genocidio palestino? Por ejemplo, nadie diría que Martín Kohan es derechista, pero él, para el 7 de octubre, publicó un texto en el que el ataque de Hamás pareciera estar desmarcado de la política de Israel.
—En Chile, la comunidad palestina, la más grande fuera de Medio Oriente, está muy integrada. Nunca constituyó un gueto, se mezcló con otras comunidades. Es una comunidad muy presente, muy imbricada en el quehacer del país. Por lo tanto, hay conciencia, afinidad, afecto. Y eso no es menor. En Chile, si hay nueve árabes y un judío, en Argentina es al revés, por decir algo.
Para mí fue sorprendente y doloroso ver cómo ciertas figuras muy respetadas de la literatura argentina o bien se manifestaron de una manera difícil de prever desde afuera, o se silenciaron, en algunos casos por comodidad. Incluso me hizo preguntarme por el silencio de las feministas, que fue el que más me dolió, porque para mí ese colectivo “la había llevado”, como decimos en Chile, en términos de género. Y nosotras, chilenas, peruanas, bolivianas, habíamos respondido y nos habíamos hecho eco de esa importantísima manifestación ciudadana argentina, incluso de la forma que ellas habían elegido para expresarse. Ese silencio me pareció muy doloroso, muy sorprendente y, sobre todo, muy cómodo.
Pensé: ¿qué pasa, que manifestarse contra las leyes que prohíben el aborto se ha vuelto fácil y por eso podemos hacerlo sin costo? ¿Que manifestarse contra el femicidio es fácil porque nadie podría negar la importancia de proteger a mujeres y niñas? Entonces me puse en un lugar de cuestionamiento de las propias lógicas del feminismo: cuán amplia era su interseccionalidad, cuán fino su conocimiento histórico de esta problemática en particular, y qué comodidades económicas atravesaban estas posturas.
«Ese silencio me pareció muy doloroso, muy sorprendente y, sobre todo, muy cómodo«
No quiero emitir un juicio porque sé que cada decisión humana está atravesada por muchas dinámicas que no controlo y no quiero parecer que sé lo que pasa. Pero creo que la respuesta ha sido variada. También creo que, para quienes no conocen bien la historia del conflicto, el ataque de Hamás fue manipulado como si fuera un “momento cero”, cuando hay ocho décadas, un siglo incluso, de violencia contra los palestinos. Y se niega el hecho de que las Naciones Unidas reconocen el derecho a la resistencia.
Lo que ha pasado en Argentina, cómo se manipuló y cómo se leyó, ha sido particular, aunque también ocurre en otros países de América Latina. El sionismo ha tenido una intervención distinta en cada país, y por supuesto en Estados Unidos.
Lo que me parece más visible es que, con el paso del tiempo, ha quedado claro que lo que ocurre no es una “defensa” de Israel frente al ataque de Hamás, o no solamente una defensa, como ellos dicen. La ciudadanía, incluso sectores importantes de la comunidad judía en nuestros países, se ha dado cuenta de que esto se corresponde con un proyecto colonial que aprovecha ese ataque para responder de manera genocida y cumplir su sueño histórico: tomarse Gaza, avanzar sobre Cisjordania y seguir.
Es un proyecto colonial de larga data, pensado con mucho cuidado, que ha sabido aprovechar determinados momentos y respuestas de la resistencia palestina para intensificar la violencia con impunidad, sabiendo que contará con el respaldo de los líderes europeos y de Estados Unidos. Eso es lo que ha quedado a la vista. Por eso estamos en un momento en que se vuelve inaceptable la excepcionalidad de Israel en el derecho internacional.
Hoy, por ejemplo, Netanyahu apareció en las Naciones Unidas y las delegaciones de casi todos los países se pararon y se fueron, dejándolo casi hablando solo. Eso es casi inédito. Y tiene que ver con un “basta ya”.
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