
Por Javiera Miranda Riquelme
@javieramirandariq
Dramaturgia y dirección: Valentino Grizutti. Actúan: Vera Busetti, Valeria Correa, Raúl Antonio Fernández, Agustin Gagliardi, Nicolás Gimenez, Andres Granier, Guido Losantos. Voz en Off: Guadalupe Cuevas, Maitina De Marco, Rafael Spregelburd. Diseño de vestuario: Paola Delgado. Diseño de escenografÃa: Santiago Badillo. Diseño De Sonido: Ismael Pinkler. Música original: Ismael Pinkler. Diseño De Iluminación: Ricardo Sica. Asistencia de dirección: LucÃa Gusmán (Luchitron). Producción artÃstica: Carolina Stegmayer. Funciones: Domingos a las 20 horas. Teatro: Espacio Callejón (Humahuaca 3759, CABA). Duración: 90 minutos.
Una mujer envuelta en toalla mira televisión de tubo. Ella observa, sÃ, pero el aparato también proyecta la luz de sus imágenes sobre ella. Hay algo ligeramente desfasado en la escena. Una fantasÃa reprimida o una inspiración del voyeurismo televisivo. No se trata solo del zapping ni de la pelÃcula que comienza a calar en el aire. Es otra cosa. Una fisura. La imagen se sabe observada. La mujer, ya atrapada por una pelÃcula clase B de los ‘90 –una de esas donde la carne y el crimen se fingen inevitables–, empezará también a actuar para alguien más.
Plot, escrita y dirigida por Valentino Grizutti, es una obra que sabe de qué está hecha. Lo señala. No como cita o guiño, sino como puesta en abismo: La unidad dramática inicial –una mujer mirando la TV, la llegada de su ex pareja, una hija ausente, un año nuevo en el calendario– es interrumpida por un equipo de filmación que, en un giro lyncheano, se propone ejecutar el artificio del cine (o la cocina del cine). El hogar de la mujer deviene en set. La cotidianidad en ensayo, la crisis en guion. Y la mujer, identificada a la vez que fracturada por esa fantasÃa televisiva, en personaje. Las fantasias serán puestas en escena y cada quien deberá representar su papel, aunque no sin esquivar esa angustia de asumir el deseo, ese umbral donde el sujeto no sabe si huir o actuar para un Otro. Todo muy lacaniano, por cierto.

Plot no juega a simular la ruptura. La exhibe. De hecho, el verdadero gesto dramático no es la irrupción de un equipo de filmación en la escena teatral, sino el modo en que esa irrupción revela las contradicciones entre superpuestos: los de los personajes, los de sus dobles, los del propio aparato técnico que filma y que exige, y los del público que asiste, en posición incómoda, al desencaje entre una vida y su representación.
Lo onÃrico irrumpe no como escape, sino como método. Como si la única manera de decir algo sobre lo real fuera desmontando el barroco de lo real. AquÃ, lo reprimido no regresa como sÃntoma: se proyecta, se ensaya, se filma.
La mujer avanza desde la timidez fragmentada de quien no sabe qué papel le toca, hasta la certeza hipnótica de quien ha asimilado el deseo ajeno y lo convierte en gesto propio. La metamorfosis es de tono, no de argumento. Alrededor de ella, los personajes que irrumpen también actúan para otro, o el Otro.
Grizutti no oculta sus influencias. Las hace operar. No reproduce a Lynch: lo traduce al espacio escénico, donde la maquinaria del montaje cinematográfico no se digitaliza sino que se vuelve cuerpo, indicio, objeto, discurso. El suspenso no es de trama sino de forma: la expectativa es sobre el umbral mismo entre teatralidad y cinematografÃa. Entre el guión que escuchamos y el que creemos escuchar, entre el guion que creemos que nos toca interpretar para otro y el que realmente interpretamos.

El salto hacia lo onÃrico no es un punto de fuga sin sentido. Hay la vuelta de lo real porque la obra no busca resolver ninguna inquietud inconsciente. Sólo busca advertir que el guion es mutable, que el asalto a lo real puede suceder. Lo advierte como un método que no pretende ser nuevo, pero sà consciente: el teatro como artificio que se sabe tal, como lenguaje que se deja contaminar por otros lenguajes, y que al hacerlo no se pierde, sino que se afila.
Porque Plot no se pregunta por el sentido. Se pregunta por el montaje. No por la identidad, sino por el recorte. No por el origen del deseo, sino por su puesta en escena. No por lo que una es, sino por lo que una soporta interpretar. Justo ahÃ, entre la cámara que exige, el cuerpo que responde y el guion que derrama, es donde aparece lo real.
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