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Souvenir de mar: sensualidad y desamor | Por Javiera Miranda Riquelme
Teatro Souvenir de mar


Agrasar, Pardi y Madanes sincronizando sentidos escénicos en el Espacio Callejón

Por Javiera Miranda Riquelme

@javieramirandariq

Dramaturgia: Rocío Agrasar. Dirección: Gustavo Pardi. Actúan: Alan Madanes. Asistencia de dirección: Glenda Aramburu. Vestuario: Luna Mazzeo. Escenografía: Alejandro Mateo. Diseño sonoro: Silvina Aspiazu. Audiovisuales y fotografía: Nahuel Quimey. Música original: Silvina Aspiazu. Diseño De Iluminación: Horacio Novelle. Asistencia técnica: Tomás Alcántara. Funciones: 2 y 9 de diciembre, 20:30 horas. Teatro: Espacio Callejón (Humahuaca 3759, CABA).

Francis (Alan Madanes) coincide en la misma sala de espera odontológica que Mar, un chico de apariencia punk con tatuajes hipnóticos, al menos para Francis. Ese encuentro fugaz entre mejillas hinchadas y balbuceos de anestesias locales toma otra dimensión cuando se vuelven a encontrar en un boliche.

Aunque Francis dice no entender cómo fue que terminaron bailando juntos, el espectador puede intuir el carácter de ese impulso magnético que los va juntando en la pista de baile. Un impulso adolescente y cliché aunque no por eso banal. El amor.

Souvenir de Mar es una obra escrita por Rocío Agrasar y dirigida por el director Gustavo Pardi –quién además se encuentra dirigiendo una versión contemporánea de Medea, la tragedia griega de Eurípides, y El zoo de cristal del norteamericano Tennessee Williams.

El texto de Agrasar es un monólogo que está narrado de manera ulterior: una mirada retrospectiva que, sin embargo, no observa desde la distancia, sino que se permite experimentar la sensorialidad que el recuerdo dejó en el cuerpo. Agrasar construye una dramaturgia clásica en su estructura pero fresca en su registro, además de un segmento con enunciación verbal en futuro que juega entre la profecía y las expectativas. Desde la soledad de su habitación adolescente grafiteada y desordenada, Francis duela el vínculo que tuvo con Mar. Duela la pérdida de esa sensación que lo hizo sentir un objetito pequeño acariciado por unos dedos envolvedores y arrolladores, unos dedos que lo tomaron, lo mecieron y lo arrastraron a un estado de placer y ternura, pero también de confusión y neurosis. 

Pardi, por su parte, dirige la obra con desenfreno. Construye climas musicales y lumínicos que logran darle al cuerpo del protagonista una impronta de souvenir. Una impronta de pequeño objeto envuelto, por un lado, por atmósferas marcadas por la velocidad y la violencia del punk, y el suspenso y la sensualidad del trip hop; y por otro, empequeñecido en la profundidad material y real del espacio escénico que ofrece el Espacio Callejón.

Es difícil pensar esta obra protagonizada por alguien que no sea Madanes, quien ha sabido construir un cierto registro de chico rebelde y melancólico (como lo hizo en el musical Querido Evans) y quien se mueve con soltura en las atmósferas del rock y el histrionismo, como lo ha mostrado recientemente en su papel de Tuca en la serie Cromañón.

La interpretación que Madanes realiza de Francis se sostiene en la hiper gestualidad, al mismo tiempo que en la irrupción dramática de ella se va expresando de manera natural la ansiedad de su personaje y sus propias irrupciones enunciativas. La verborragia del texto gana mucha fuerza con la proyección vocal de Madanes aún con música de fondo, pero esa proyección también logra construir cadencias cuando el texto se precipita al drama, al silencio y al quiebre de esa voz confusa y juvenil. Transmite no sólo los sentimientos y pulsiones del protagonista, sino que además logra escenificar con la sensualidad de sus movimientos el cuerpo de un otro, el cuerpo de Mar, que no está realmente en escena, pero que es posible reconstruir desde la butaca.



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