
Texto y dirección: Sofia Palomino. Actúan: Vicente Stubrin Contin, Max Suen. Vestuario: Merlina Molina Castaño. Diseño sonoro: Delfina Peydro. Diseño De Iluminación: Ricardo Sica. Fotografía: Malena Dezorzi, Nina Dziembrowski. Diseño gráfico: Fausto Valiente, María Sander. Asistencia artística: Ivana Zacharski. Asistencia de dirección: Iara Portillo. Producción: Maxi Muti. Colaboración en dramaturgia: Max Suen. Colaboración En Movimiento: Manuel Attwell, Natalia Tencer Faivovich. Dirección de arte: Merlina Molina Castaño. Funciones: 05 de noviembre, 20:00 horas Teatro: Espacio Callejón (Humahuaca 3759, CABA)
Por Javiera Miranda Riquelme
@javieramirandariq
Elía (Max Suen) está frente a un documental sobre Andréi Tarkovski. La proyección lo lleva a un estado de ansiedad y tensión. Como en una suerte de corriente de conciencia que se suspende sobre el espacio escénico, el protagonista se compara a sí mismo con prodigios del cine que se consolidaron como autores a muy temprana edad como Andréi Tarkovski (pero que podría también ser Ingmar Bergman o Jean-Luc Godard). Elias aún es joven, pero la ansiedad de las décadas adultas que aún no han llegado lo amenazan con ser el relato futuro de una vida que no pudo concretar sus proyectos. Los deseos y la voracidad de los impulsos juveniles se confunden con mandatos.
Se trata de Cine Herida, obra teatral escrita y dirigida por Sofia Palomino, quien juga con dos planos: el de la película que se proyecta sobre un telón (ese “deber ser”), y un espacio escénico delimitado como en un set de estudio cinematográfico o como una rayuela existencial sobre el piso y cuyos límites se rompen permanentemente por la acción caótica de los personajes.

Elía no asocia libremente sólo sobre su presente. También vuelve a su pasado reciente, a su niñez. Vuelve a la época en la que la parálisis creativa está perdonada por la edad y desde donde se proyectan las tareas y deseos que esperan consagrarlo como adulto. Un cuaderno con listas de tareas y garabatos escritos en la infancia presionan a Elía desde ese pasado.
La obra no posee una estructura de conflicto clásico, lo que la hace ciertamente experimental, abierta. La pieza logra tonos reposados especialmente a través de los parlamentos iniciales de Elía, pero luego cobra dinamismo cuando un niño con alas negras y pretensiones oscuras presiona sobre ciertas definiciones del joven. La interpretación ansiosa de Max Suen construye movimientos escénico sobre ruedas (riegas distintas, la de una silla de computadora versus las ruedas de un stake, acaso un duelo) junto a la irrupción de este niño alado interpretado por Vicente Stubrin, actor de once años cuyo desplante escénico casi cínico adviene en el flujo de pensamientos de Elía y amaga con robarse el control de la ficción.
La obra de Palomino es atractiva porque no espera responder a las preguntas que ahí se levantan. El espectador debe reponer con algunos sentidos, con sus deseos, expectativas y ansiedades.
