
Por Giovanna Cirianni
@giovigeraldina
Intérpretes: Carlos Casella. Creación: Carlos Casella. Diseño de luces: Paula Fraga. Diseño sonoro: Diego Vainer. Músico en escena: Tomás Carnelli. Asistencia artística: Margarita Molfino.
Algunos de los que entramos a la sala de Fundación Cazadores el pasado sábado lo hacemos con la guardia baja. Asistimos al cierre del programa Instalar Danza que tiene lugar en este espacio desde 2021, y que en esta ocasión corresponde a Carlos Casella, acompañado por la guitarra de Tomás Carnelli. Si bien es cierto que Lo que amo me devora se anunciaba como un “concierto lúdico, dramático e informal”, conozco a Casella sobre todo como coreógrafo.
Fue parte de la compañía El descueve, que desde los años 90 funcionó como un espacio de disrupción en las artes escénicas, explorando constantemente entre la danza y el teatro, buscando un código propio. Junto con Mayra Bonard, también fundadora de este grupo, el año pasado Casella ganó el premio María Guerrero en Artes del Movimiento por la coreografía de Hermafrodita.
Casella es inquieto, y en las últimas décadas ha ido fortaleciendo su propuesta como cantante, con espectáculos como Puto y orquesta, donde la música es inseparable de la propuesta escénica y el cuerpo. Lo que amo me devora pertenece a esta faceta, que logra imprimir un tono fresco en canciones que ya son clásicos de la cultura popular. Desde Britney Spears, hasta Virus, pasando por Ricardo Montaner, Casella va apropiándose del espacio progresivamente. Cada tema es una escena, un lugar en el espacio, un diseño de iluminación, un juego.

Si bien entro a la sala alerta, lista para analizar y dar sentido a la obra, para el tercer o cuarto tema me olvido de tomar notas y me encuentro entre risas y lágrimas en mi asiento, conteniendo las ganas de bajar a bailar. Entiendo en primera persona que el canto es una actividad del cuerpo en toda su extensión.
Al terminar uno de los temas, Casella agradece a Fundación Cazadores por la invitación para cerrar Instalar Danza, y lanza un gesto cómplice, insinuando que tal vez no haya suficiente danza en la obra. Remata con un “por eso me revolqué”. Reímos, pero pienso que si se revolcó o no se puede quedar quieto no es porque se cuele el bailarín, sino porque está cómodo en su cuerpo, lo escucha y también sabe dirigirlo; esa habilidad permite que la emotividad fluya libremente por el cuerpo en escena y llegue hasta el público.
El canto y la danza son quizá las formas de expresión artística más conectadas con el goce. El repertorio de Lo que amo me devora en su familiaridad permite explotar esa dimensión. Incluso los temas más dramáticos o de desamor se hacen placenteros y recuerdan a una idea del budismo que el artista suele mencionar : “transformar el veneno en medicina”.
Pienso en el título del espectáculo. Al terminar, me quedo con la sensación de que Casella no puede ser devorado. Si a caso, se deja devorar, abrazar, poseer, por aquello que ama.