teatro
En cada lugar del mundo, en este instante | Por Javiera Miranda Riquelme


Martín Mir debuta como director teatral con una obra
de herencia bartisiana en el Teatro Vera Vera

23/06/2025

Por Javiera Miranda Riquelme
@javieramirandariq

Texto y dirección: Martín Mir. Actúan: Lucas Delgado, Manuela Fernández Vivian, Damián Smajo. Vestuario: Sabrina Jacobi. Luces: Claudio Del Bianco. Sonido: Pedro León Alonso. Sala: Vera Vera Teatro (Vera 108, CABA). Funciones: Viernes 20:00 horas.

En su primer trabajo como director, Martín Mir construye en En cada lugar del mundo, en este instante una pieza que explora el desgaste emocional, la ansiedad y los vínculos en crisis dentro de un contexto de encierro apenas interrumpido por la amenaza exterior. Ambientada en un hospedaje de ruta durante el verano argentino de la crisis económica del 2001, la obra despliega un drama íntimo atravesado por pulsiones sociales y políticas, sin subrayados ideológicos ni gestos retóricos.

La acción transcurre casi por completo en una habitación de hospedaje austera: una cama doble, una cruz colgada en la pared, una televisión encendida que proyecta imágenes de saqueos. Allí llegan Marcia (Manuela Fernández), una actriz televisiva, y su esposo Marcos (Lucas Delgado), luego de que su auto los deje tirados en la ruta. La primera aparición de Nelson (Damián Smajo), el dueño y encargado del hospedaje, introduce un clima ambiguo que se mantendrá durante toda la obra: su amabilidad resulta intrusiva y su hospitalidad, una forma de vigilancia. Nelson enseguida reconoce a Marcia como una figura famosa y, lejos de retirarse, se instala como una presencia constante en que ciertas veces es percibida como molesta, y otras, convenientes.

Marcos está absorto en ‘operaciones financieras’ a pesar de estar de vacaciones. Marcia, en cambio, se muestra inestable. Está agotada sin que por ello renuncie totalmente al placer. Es vulnerable sin que por ello pueda hacer daño. Todo atravesado por una cierta pulsión actoral en los que recita y evoca parlamentos de una conocida tragedia isabelina. La obra evita patologizarla, pero pone el foco en una subjetividad que se desmorona y que busca quizá imprudentemente una vía de afirmación.

El mérito del texto, también escrito por Mir, reside en su capacidad para traducir una situación doméstica en tensión dramática sin excesos explicativos. La obra no se apoya en grandes giros narrativos, sino en la acumulación de gestos, silencios y miradas que construyen un clima denso, a ratos desbordado, y donde el humor permanentemente se cuela desde una incomodidad claustrofóbica. La amenaza externa —los saqueos, los “miguelitos” tirados en la ruta— se filtra como ruido de fondo, sin necesidad de mostrarse. El peligro de afuera no se desnuda, sino que se percibe, como en toda historia con inteligencia narrativa.

Cuesta, por cierto, salir de la obra e imaginar a otros actores en la obra. Mir da oportunidad a cada personaje para que se desenvuelva sin pretensiones que minen la elocuencia de los gestos sencillos. Como por ejemplo, trabajando con objetos a los que cada personaje se aferra y que hacen foco sobre sí mismo: la obsesión y un viejo celular, la ansiedad y walkman, o la comida y el voyeurismo.

La obra de Martin Mir hereda cierta poética del dramaturgo y director teatral Ricardo Bartis, de quien Mir ha sido actor durante años. Un oficio de composición dramática que se vuelve elocuente por su construcción formal y por el brillo de sus matices.



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