Por Giovanna Cirianni
@giovigeraldina
Autoría y Dirección: Cynthia Edul. Interpretación: Mónica Raiola, Agustina Muñoz e Ignacio Sánchez Mestre. Asistencia de dirección: Amanda Minujin. Música Original: Guillermina Etkin. Iluminación: Sebastián Francia.. Escenografía y vestuario: Paola Delgado. Producción: María La Greca. Comunicación y prensa: Cecilia Gamboa. Sala: Arthaus Central (Mitre 434, CABA). Funciones: sábado 29 y domingo 30 de noviembre a las 20 horas. Entradas: Por Alternativa Teatral. Esta obra es parte de la programación de Paraíso Club.
Lo que nos conecta con un libro puede ser tan explicable como el canon, o tan caprichoso como una herencia. Y en ocasiones no hay nada más íntimo que tratar de explicar por qué nos maravilla un verso o un párrafo.
“Toda biblioteca siempre es caótica”, dice Cynthia Edul en Estos pequeños libros que quedan, y esa caracterización le da a la biblioteca humanidad, carácter. Toda persona es caótica, podemos pensar, aunque en la construcción de la ficción le damos coherencia a los personajes. Sin embargo, estos últimos sólo cobran vida cuando muestran las costuras, en aquellos momentos donde el actor da un giro inesperado que parece inevitable y que casi siempre emociona. Mónica Raiola y Agustina Muñoz encarnan con éxito esa relación madre-hija tan familiar y tan difícil de elaborar. En la tarea conjunta de buscar “algo” entre los libros de una biblioteca, van dando sentido, o tratando de hacerlo, a sus recuerdos felices, sus angustias y sus duelos.
Además de los poetas y sus libros, esta obra también nos regala algunas definiciones de los propios autores. “La poesía nos permite decir lo que no podríamos decir de otro modo”, cita el personaje de Muñoz, y toma nota el de Raiola. Recuerdo una frase similar de Laura Estrin, citando (quizá) a Héctor Libertella: “la literatura no se puede contar por teléfono”, es producto de su especificidad.
Como corresponde a una obra escrita y dirigida cib profundo amora a la literatura, el título y uno de sus pedales narrativos proviene de una cita del principio del Quijote:
-Así será -respondió el Barbero-; pero ¿qué haremos destos pequeños libros que quedan?
-Éstos -dijo el Cura- no deben de ser de caballerías, sino de poesía.
Y abriendo uno, vio que era La Diana de Jorge de Montemayor, y dijo, creyendo que todos los demás eran del mesmo género:
-Éstos no merecen ser quemados, como los demás, porque no hacen ni harán el daño que los de caballerías han hecho; que son libros de entendimiento, sin perjuicio de tercero.
-¡Ay señor! -dijo la Sobrina-. Bien los puede vuestra merced mandar quemar, como a los demás; porque no sería mucho que, habiendo sanado mi señor tío de la enfermedad caballeresca, leyendo éstos se le antojase de hacerse pastor y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo, y, lo que sería peor, hacerse poeta, que, según dicen, es enfermedad incurable y pegadiza.

Hace poco escuché al director mexicano Guillermo del Toro opinar sobre los distintivos del arte, a propósito de la inteligencia artificial. Decía que el arte es aquello por lo que arriesgas, por lo que inviertes tiempo y dinero, con la expectativa de ser conmovido, movilizado, afectado de algún modo, quizá permanentemente. Me interesa sobre todo profundizar en esto último. En una era de hiper accesibilidad digital, es fácil confundir o hasta perder el significado del verbo “movilizarse”. Esa especificidad del arte no pasa por puro virtuosismo técnico reconocible o no en una imagen o video corto, sino que radica en descubrir ese lugar para el que no teníamos forma o palabras. Y si tenemos suerte, que se nos pegue la enfermedad del poeta.Creo que Estos pequeños libros que quedan tienen ese efecto contagioso, digno del cariño y detalle que Paraiso Club pone en cada una de sus producciones.