danza
Retro-visión: disputa escénica sobre el qué hacer de los artistas
Obra Retro-visión


Creación: Yasmín Iriel Frione. Vestuario: Paula Fernández, Nachi Serrano. Música original: Ezequiel Tarica. Fotografía: Emanuelle Ferreyra. Asesoramiento dramatúrgico: Diego Mauriño. Asistencia De Producción: Candela Pailhe. Asistencia Creativa: Máximo Corengia. Funciones:  Sábado 9/11 a las 22:30 horas en Aérea Teatro, y sábado 23/11 a las 21:00 horas en Distrito B – La sala. Duración: 45 minutos.

Por Javiera Miranda Riquelme

Retro-visión es una obra escénica que conjuga teatro, danza, acrobacia y performance. La pieza está creada e interpretada por Yasmín Iriel Frione, quien se propone una búsqueda, un cuestionamiento político de las estéticas y al qué hacer del artista. Todo su despliegue artístico sobre escena es una interrogación sobre los procesos creativos y las presiones a las que están sometidos los artistas producto de la lógica del mercado del arte y el consumo cultural. ¿Quién debe regir sobre  las estéticas de las producciones artísticas? ¿Una producción debe responder a los tiempos de introspección del artista o a los tiempos de producción y reproducción capitalista? ¿Hay tiempos fijos o prudenciales de autoconocimiento y reelaboración a los que un artista se debe limitar? ¿El artista debe ofrecer siempre una obra acabada? ¿Tiene derecho a la mutación? ¿Qué mandatos debe seguir su identidad y su obra?

La obra de Yasmín Iriel Frione sugiere respuestas discursivas de cara al espectador, pero también entrega respuestas formales, es decir, disputar desde el propio artificio artístico las presiones a las está sometido el arte. La obra juega con tres dimensiones temporales que van desde un futuro bélico, un presente acelerado y un pasado muy primitivo. Cada una de estas dimensiones están habitadas por tres identidades ficcionales que se expresan a través de lenguajes propios.

Tensiones ficcionales, mutaciones del cuerpo

La pieza abre con un personaje de un futuro distópico (pero no tan distinto del nuestro), que busca autoconvencerse de que debe estar agradecida por lo que es y por lo que tiene aún cuando habite en un mundo regido por la guerra. Este autoconvencimiento lo hace a través de parlamentos que van dirigidos hacia sí mismo. En este segmento de la obra predomina el lenguaje teatral. El personaje es histriónico, de rictus tenso y perturbado aunque contenido, con un dejo de gestualidad expresionista y moviéndose por un espacio que insinúa una estética burguesa. Toma el té de manera errática, busca libros y trata de comprender la violencia de ese estadío de la civilización desde una posición intelectual y también distante .

Luego, una segunda identidad que habita el presente se cuestiona la lógica de consumo mercantil del arte mostrando las tensiones a las que está sometido el cuerpo del artista cuando unos tubos de neón la presionan con su luz sobre un espacio escénico limitado. Aquí la artista ofrece una destreza y un despliegue escénicos desenfrenados a través de la danza y la acrobacia. Da cuenta a través de una fuga performática ante un micrófono sobre la exigencia física que implicará su despliegue escénico, una suerte de sacrificio al que se entregará como ofrenda. Las luces la miran, la juzgan, la cuestionan, le dan lugar en la escena al mismo tiempo que la condicionan.

En este punto la interpretación de Yasmín Iriel Frione es notable: sostiene posturas alineadas y rítmicas aún en el desenfreno; desborda fuerza desde el torso hacia las extremidades manteniendo la estabilidad y el equilibrio entre los límites de las luces; y sus movimientos son filosos al mismo tiempo que los trazos son fluidos y sincronizados.

Y sin embargo, las luces las siguen juzgando. De esta manera la artista busca interpelar a ese espectador que a veces funciona como correa de transmisión de las estéticas que pide el mercado.

Finalmente, desde el fondo del espacio escénico y en un pasado primitivo una tercera y última identidad dentro de un capullo elástico está a punto de nacer. Una criatura performática, de movimientos ondulados, vulnerable en su desnudez, pero libre en su manifestación, sin luces que la condicionen. Un estado del ser sin parlamentos, sin signos cerrados y en el que todo está por crearse.

La obra escénica de la artista se despoja de ataduras y presiones conforme se acerca al final. Es en el propio andar de sus procedimientos escénicos una disputa política del qué hacer artístico.



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