teatro
Fritzl Agonista: Descomposición simbólica de “El Monstruo de Amstetten” | Por JMR


Por Javiera Miranda Riquelme
@javieramirandariq

Autoría y dirección: Emilio García Wehbi. Intérprete: Elvira Tanferna. Voz en off: Mariano Sayavedra. Diseño sonoro: Marcelo Martínez. Diseño de iluminación: Martín Antuña. Asistencia artística: Martin Antuña. Lugar: Silencio de Negras (Luis Sáenz Peña 663, CABA). Funciones: Sábados 22:00 horas y domingos a las 20:00 horas. Duración: 60 minutos.

En Psicología de masas del fascismo (1933), el psicoanalista austriaco Wilhelm Reich afirmó que la familia autoritaria es el instrumento fundamental de reproducción del orden social represivo y que es allí donde se forma el carácter sumiso, obediente y reprimido de los individuos.

Por supuesto, se podría pensar que dependiendo del momento histórico es que esa represión familiar toma tal o cuál forma. Y en el caso de la Republica de Austria del siglo XX –heredera, por cierto, del imperio austrohungaro y del régimen nazi– adoptó formas obscenamente institucionalizadas: los progenitores, especialmente el padre, gozaban legalmente de una autoridad casi absoluta sobre sus hijos y el Estado adoptaba una postura de no intervención dentro de los hogares inclusive en situaciones de violencia.

Con estas consideraciones es que conviene entender la decisión del director teatral Emilio García Wehbi de representar el caso de Josep Fritzl, conocido como el “Monstruo de Amstetten”, el hombre que secuestró, violó y embarazó a su hija durante 24 años en un sótano hermético en Austria.

Fritzl Agonista, la nueva obra teatral de García Wehbi, no recrea el crimen de Fritzl, más bien lo descompone. Lo reduce a sus huesos simbólicos y convierte la escena en una celda y al espectador en rehén. Una alegoría íntima del régimen social. Una forma degenerada pero coherente.

Ph: Nora Lezano / @noralezano

La obra comienza antes de la obra. El acceso a la sala requiere atravesar pasillos estrechos, escaleras que suben y bajan, puertas cerradas que se abren hacia cuartos aún más pequeños. El espectador desciende física, simbólica y afectivamente al sótano de la familia, a la basura bajo la alfombra. Cuando finalmente se accede al espacio escénico, el cuerpo ya ha sido moldeado por la incomodidad. Una habitación húmeda, sin ventilación, con una única ventana tapiada desde afuera y un escenario de tierra sellan la experiencia. El encierro no es solo un motivo, es una condición de posibilidad del teatro. No hay dudas. Estamos entrando al sótano de Fritzl.

La puesta es lúgubre, inmersiva, pero no por efectos especiales, sino por la precisión poética y política que la sostiene. En el centro del espacio escénico, una mujer-niña, Natasha (eco deliberado de Natascha Kampusch, otra niña secuestrada en un sótano de Austria), se mueve entre el cúmulo de tierra y objetos infantiles. Natasha es una Elizabeth Fritzl ficcionalizada, una víctima sin lenguaje propio, colonizada por la voz de su padre. En escena, no habla ella. La subjetividad de Natasha ha sido abolida y reemplazada por la voz de su agresor, quien se expresa con un discurso poético, filosófico, cultivado. Acaso la proyección que él tiene de sí mismo.

Wehbi además toma un elemento de la vida real que hace valer sobre el escenario. Se trata del hecho de que Fritzl era ingeniero eléctrico. El oficio del Monstruo de Amstetten aparece como un elemento inquietante en el diseño de iluminación escénica en la medida en que es el propio Fritzl quien, cual dios, puede gozar de la luz y decide para quién está relegada la oscuridad del sótano.

En un momento crucial, una pequeña puerta se abre en la pared y la actriz entra. Lo que sigue no se ve, se escucha: sonidos secos, rítmicos, que no necesitan más para ser reconocidos como lo que son: violaciones sexuales. La perversidad toma su cara definitiva en el cuarto, ya no hay palabras sofisticadas, sólo gritos. La obra toma vuelo poético cuando necesita enunciar discursivamente la maldad a través del cuerpo de la niña-mujer, pero no rehuye de la banalidad y el salvajismo de Fritzl cuando lo requiere.

La tesis es feroz: el encierro, la obediencia, la perversión sexual, el mandato paterno, no son desviaciones del orden social; son su forma originaria.  La violencia no se desborda, no se improvisa. Se planifica, se hereda.



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