cine
Nuestra cosa perdida | Por Giovanna Cirianni


Por Giovanna Cirianni
@giovigeraldina

Film proyectado en el marco del BAFICI

Guion y dirección: Martina Cruz. Dirección de fotografía: Leonardo Litta. Montaje: Dante Perini. Sonido: Gonzalo Palmieri. Música: Máximo Cantón, Bruno Pagano, María Florencia De Oto Gilotaux. Intérpretes: Martina Cruz, Catalina Ríos, Julia Cruz. Producción: Sarah Fernández Oks. Año de producción: 2025. Duración: 70 minutos. País: Argentina. Función: Sábado 12 de abril a las 21:35 horas Sala: Cacodelphia (Av. Roque Saenz Peña 1150 – C.A.B.A).

Martina Cruz es poeta. Así la conocí hace ocho años, en un video de Youtube donde leía un poema sobre la muerte de su padre. Dado que los poetas muchas veces escriben lo inconfesable, seguir su trabajo es siempre seguir su vida. O una versión, una forma posible que la vida toma bajo sus propias palabras. Terminé de entender eso hace un par de días, cuando vi Nuestra cosa perdida, primer largometraje de Cruz que se estrenó en el BAFICI. 

El documental busca develar los misterios de quien ya no está. Daniel, el padre de Martina, es el hilo conductor (paradójicamente ausente) que ella trata de seguir, de armar con lo que lo rodea: sus herencias materiales y emocionales, películas, amigos y el resto de la familia. Sobre todo, trata de volver sobre un punto de vista que alguna vez le fue cercano: ¿Qué emocionaba a Daniel? ¿Qué le asustaba? ¿Qué disfrutaba? ¿Y qué podemos adivinar de todo eso en lo que llegó a filmar o decir? 

Estas experiencias se contrastan con las distintas historias familiares, la de este protagonista y su propia hija y directora. Para Martina, una infancia se conforma de un cielo, un tren, una escuela, una familia. Pero lo más interesante de este recorrido tiene que ver con algo que dije al principio: qué tan parcial es la versión de un poeta, y qué forma toma Martina como documentalista de su propia experiencia. 

Además de las filmaciones familiares de Daniel, algunos fragmentos de cortometrajes, y material de archivo de cine mudo, hay dos entrevistas. Una a Julia, hermana de Martina, y otra a Catalina, madre de ambas. La cercanía y complicidad de Martina y Daniel no podría estar más contrastada con la experiencia de Julia. Hay un desconcierto al principio, pero se llega a sentir (más que entender) que la complejidad de una persona a veces sólo puede vislumbrarse a partir del cruce de los vínculos que logró o falló en construir. 

Requiere valentía exponer la parcialidad. La película podría leerse como la humanización de un ídolo, o la humanización de un fracaso. En cualquier caso el resultado nunca es simple ni unidimensional. Algunos de estos contrastes son literales. Mientras que los amigos de Daniel recuerdan su generosidad, Catalina la niega de forma lapidaria. El hombre que Martina recuerda como referente, es en la narración de sus amigos un niño arrojado a la adultez. 

“Uno se aferra a lo que no está pasando para tolerar lo que sí está pasando”, dice Julia en su entrevista. Martina es consciente de aquello a lo que se aferra, y escribe una película para, si no se puede permitir soltarlo, al menos darle la vuelta. Toda crítica es la defensa de una hipótesis, y en este caso en vez de citar, invito a estar atenta a las futuras proyecciones de Nuestra cosa perdida. Sé que, igual que Daniel, se conformará de manera distinta en cada mirada.



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